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Palestina es mi hogar, aunque desde que unos israelíes ocuparon las casas de mis abuelos, yo como millones de palestinos en la diáspora, no tenemos derecho de retorno.

Mi abuela paterna; Ibtisam, era de Jerusalén y la materna Kawther, de Jaffa ( la actual tel aviv). Desde la Nakba (desastre en árabe) en 1948, las familias Palestinas hemos sido expulsadas de nuestras tierras donde muchas familias se dedicaban de generación en generación a la agricultura y pesca, cultivando Olivos, Naranjas en Jaffa …

Seguir cocinando las recetas de nuestras madres y abuelas, es una forma de seguir ligados a nuestra tierra, de no perder nuestra identidad, una forma de decirle al mundo y a nosotros mismos, que no estamos dispuestos a olvidar quienes somos.

La cocina de una casa árabe suele ser un lugar mágico, un lugar donde tradicionalmente las mujeres han cocinado sentadas, sin prisa, llenas de creatividad, historias y confidencias.

Así es la cocina de mi madre Zein, el centro neurálgico del universo, allí se cuece todo, siempre hay comida y casi a cualquier hora puedes encontrar a alguien abriendo la nevera o armarios que rebosan generosidad.

En unos minutos siempre hay listo café con cardamomo y Maamul (dulce típico relleno de pistacho o pasta de dátil) para mis tías, las hermanas de mi madre, mis cuñados o para mis sobrinos que entran y salen gritando.